*París es
una gran metáfora.
una gran metáfora.
*Gregorovius
Julio
Cortázar, Rayuela.
Cortázar, Rayuela.
La pandemia del
coronavirus nos ha recluido a nuestros espacios privados y más recónditos de
nuestro pensamiento. Hoy no hay pretexto de la carencia del tiempo para reflexionar
lo que hacemos, decimos, pensamos y sentimos. Este inesperado acontecer de la
naturaleza ha puesto de rodillas al mundo entero, con todo su gran arsenal de sabiduría,
ciencia y tecnología. El virus ha postrado sobre la humanidad la gran oportunidad de meditar sobre la
fragilidad de nuestros argumentos para transitar por la vida tendiendo una gran autopista hacia la muerte.
La pandemia ha desvelado la cultura generalizada de la mitomanía, de la
apariencia y la competencia.
coronavirus nos ha recluido a nuestros espacios privados y más recónditos de
nuestro pensamiento. Hoy no hay pretexto de la carencia del tiempo para reflexionar
lo que hacemos, decimos, pensamos y sentimos. Este inesperado acontecer de la
naturaleza ha puesto de rodillas al mundo entero, con todo su gran arsenal de sabiduría,
ciencia y tecnología. El virus ha postrado sobre la humanidad la gran oportunidad de meditar sobre la
fragilidad de nuestros argumentos para transitar por la vida tendiendo una gran autopista hacia la muerte.
La pandemia ha desvelado la cultura generalizada de la mitomanía, de la
apariencia y la competencia.
En este eterno
confinamiento que la pandemia nos ha obligado a llevar, nos dedicamos a cosas
que en otros tiempos no teníamos oportunidad de realizar, cosas pequeñas e
insignificantes en apariencia, a cosas cotidianas. Pero todo lo que hacemos
tiene sentido, más no nos damos cuenta. Siempre buscamos algo cuando nos
empeñamos, hasta en las cosas más minúsculas; hacer un pie de manzana o unas
galletas de avena, dedicarnos a los video-juegos infinitamente o construir un
compostero o un artilugio cualquiera.
confinamiento que la pandemia nos ha obligado a llevar, nos dedicamos a cosas
que en otros tiempos no teníamos oportunidad de realizar, cosas pequeñas e
insignificantes en apariencia, a cosas cotidianas. Pero todo lo que hacemos
tiene sentido, más no nos damos cuenta. Siempre buscamos algo cuando nos
empeñamos, hasta en las cosas más minúsculas; hacer un pie de manzana o unas
galletas de avena, dedicarnos a los video-juegos infinitamente o construir un
compostero o un artilugio cualquiera.
En ese hacer, buscamos
merecernos, merecernos a nosotros mismos o buscamos la aceptación y el amor del
otro, pero el amor merecido es solo un uso, un uso del uno a otro, cuando lo
que requiere la felicidad, la felicidad profunda es solo aceptarnos, darnos una
mano para vivir o morir en paz.
merecernos, merecernos a nosotros mismos o buscamos la aceptación y el amor del
otro, pero el amor merecido es solo un uso, un uso del uno a otro, cuando lo
que requiere la felicidad, la felicidad profunda es solo aceptarnos, darnos una
mano para vivir o morir en paz.
Buscamos en esas
cosas que hacemos una llave, pero sin saber que la buscamos o que la llave
existe. Inconscientes de lo que hacemos, como unos autómatas, sin cesar nos
esforzamos mirando el horizonte en el amanecer como una nueva oportunidad y con
la esperanza de encontrarnos y reconocernos en esas cosas insignificantes.
Contemplamos el atardecer al ocaso del día con
profunda nostalgia como el final del juego cuando la gran montaña oculta la esperanza
recuperada al inicio de la jornada diurna. Así, pasa la vida, como una ruleta
que gira infinitamente, con sentimiento
maniqueo e hipnotizados, esperamos los números pares o nones y la oposición del
negro o el rojo, ignorantes de los tonos y la gran gama de colores que el
arcoíris nos ofrece, nos aferramos pobremente cerrando las opciones y
obedientemente atendemos los dictados de
la cultura ignominiosa del triunfo y la victoria que marca el espíritu de
nuestro tiempo de tener y consumir para ser.
cosas que hacemos una llave, pero sin saber que la buscamos o que la llave
existe. Inconscientes de lo que hacemos, como unos autómatas, sin cesar nos
esforzamos mirando el horizonte en el amanecer como una nueva oportunidad y con
la esperanza de encontrarnos y reconocernos en esas cosas insignificantes.
Contemplamos el atardecer al ocaso del día con
profunda nostalgia como el final del juego cuando la gran montaña oculta la esperanza
recuperada al inicio de la jornada diurna. Así, pasa la vida, como una ruleta
que gira infinitamente, con sentimiento
maniqueo e hipnotizados, esperamos los números pares o nones y la oposición del
negro o el rojo, ignorantes de los tonos y la gran gama de colores que el
arcoíris nos ofrece, nos aferramos pobremente cerrando las opciones y
obedientemente atendemos los dictados de
la cultura ignominiosa del triunfo y la victoria que marca el espíritu de
nuestro tiempo de tener y consumir para ser.
La pandemia como gran metáfora, ha llegado
como un llamado de atención a la reflexión de lo que hacemos decimos, pensamos
y sentimos, además de condición para su extinción.
como un llamado de atención a la reflexión de lo que hacemos decimos, pensamos
y sentimos, además de condición para su extinción.
Feluar, Verano
2020.
2020.