miércoles, 10 de octubre de 2018

Objetos perdidos 
Por: Raúl Pérez Hernández 
Buscó en la totalidad de su geografía la veta de su alma. Como un buen carpintero escudriña en su madera preciosa, tallando finamente sin cesar, con suavidad, con delicadeza y ternura. También lo intentó como los mineros, picando piedra con afán, golpeando duramente con el pico. Una y otra vez de noche a noche y de estación a estación, intentó encontrar lo perdido sin éxito alguno. Sabiendo que la cotidianeidad entorpece el hallazgo, rompía paradigmas y rutinas que la tradición canónica impone. Fracasado, pero sin darse por vencido del todo, partió con la esperanza de lograr su objetivo. -¡En algún sitio debe reposar lo perdido!-.  
Madrugó, porque le comentaron que se formaba una larga fila. Todavía no clareaba, estaba oscuro. –La suerte es escasa, y cuando hay, se reparte tempranito-, decía uno de los pocos parroquianos que llegaron como él, -mucho antes que levantaran la cortina-. Hacía mucho frío, soplaba un viento fuerte con una ligera briza de agua. La temperatura habría bajado debido al cambio climático. De hecho, su pérdida provenía del mismísimo lugar en el que se origina el calentamiento global.  
Antes de llegar su turno y ser atendido, comentaba con sus compañeros de penas que formados en la fila esperaban con gran ilusión encontrar su objeto.   -Yo perdí el tiempo- decía con nostalgia un chaparrito de adelante, el de atrás había perdido la patria, otro buscaba la paciencia, algunos intelectuales e investigadores de tiempo completo, su objeto de estudio. Él, con un nudo en la garganta, cuando le preguntaron de su búsqueda, dijo. –Yo perdí la dignidad y estoy a punto de añadirle la esperanza,-. 
Vengo a ver si usted me puede ayudar a encontrar lo perdido, -decía al servidor público-. Posiblemente. -Le contestó con voz grave y parsimoniosa el burócrata-. Anote en esta boleta su currículum y la descripción del objeto que busca. Entréguela en la ventanilla siguiente y regrese dentro de tres meses a recoger la respuesta. – ¿Tres meses? ¡Cielos!, esa es una eternidad, me urge encontrar todo lo perdido, se me acaba el tiempo. –bueno usted y yo sabemos que hay alguna manera de agilizar el trámite- agregó el funcionario. 
Regresó prudentemente al tiempo indicado y se postró ante el mostrador, el funcionario aceptó la boleta y penetró tras bambalina  que escondía el sinnúmero de objetos, baratijas y artículos que esperaban ser reclamados por sus propietarios. Los había de todos tipos y tamaños, de materiales sólidos y blandos, de texturas ásperas y suaves, de apariencia agradable y grotesca, de estructura simple y de estructura compleja, agradable e indeseable, en fin, de todo lo que uno puede encontrar en la vida y aún en la muerte. 
 Después de un largo tiempo, el despachador del departamento volvió al mostrador, -mire señor, siento mucho informarle que no tenemos ningún objeto como el que usted específicamente describió en su boleta de solicitud de búsqueda. No obstante le tengo una buena noticia, poseo algunos modelos que nadie ha venido a reclamarlos y como usted sabe, después del tiempo que se señala en el reglamento de este digno departamento gubernamental, nosotros podemos asignarle su nuevo dueño, claro, también siguiendo cada artículo escrito en el manual con el que opera esta honorable institución de beneficio ciudadano.- ¿Quiere probárselos, para traerlos?- eh... sí, gracias -contesto indeciso-. El despachador atendió la decisión y regresó. Puso en el mostrador un par de cosas pequeñas modernamente electrónicas y digitales. –Aquí tiene usted-, -No, no, eso yo no perdí-, -comento azorado-. ¡Claro que sí!, pero estas son modernas- dijo el despachador-. La versión que usted solicita está descontinuada y hace ya tiempo, que nadie usa. Pruébesela, no tenga miedo. –No me queda, tiene muchos picos-. Bueno, pues debe saber que ahora  son así, ¡con muchos picos!-. 
Al salir del establecimiento de objetos perdidos, algunos que formados esperaban su turno, le preguntaron por su suerte,-¿encontró lo que perdió?- no- respondió a secas. -Hay otro lugar donde puede que esté lo que busca- le dijo una anciana muy delgada, tratando de renovar sus ánimos, -¿de veras?- Le señaló con el índice el camino. Apresurado marchó hacia el horizonte indicado por la anciana muy delgada, en el que de nueva cuenta, se repitió su suerte. 
Desilusionado por su fracaso, ya no le quedaba ni esperaba nada de nadie. Ni de las personas morales, ni físicas, menos de las honorables instituciones públicas. Sin Dios ni sexo, sin religión ni mujer, vivía a la inercia. No le importaba si ganaba o perdía, si era odiado o amado, no le importaban, ni los premios ni castigos, si iba o venia, nada, nada, nada. Solo y sólo había querido encontrar su objeto perdido. Ahora buscaba un lugar donde ya no necesitara ese objeto perdido. Un espacio donde su ego ya no fuera lastimado. 
Recorrió la ciudad sin rumbo fijo, el ocaso anunciaba la noche y finalmente llegó a la estación del metro. Bajó las escaleras y llegó hasta el fondo. Caminó por el túnel, se paró ante el andén. Miró fijamente las vías. Calculó el tiempo preciso y cuando llegó el momento se lanzó; para seguir buscando. Súbitamente lo arroyó el torrente de individuos al interior asfixiante, hediondo y lúgubre, en el que otra multitud lo esperaba. Los cuerpos agolpados bañados en sudor, exhalaban vapor que empañaban los cristales del vagón, generando  una atmósfera caliente, húmeda y pegajosa. A la falta de aire, la palpitación le fue disminuyendo, otro cuerpo lo aplastaba, una mano lo estrangulaba y por más que empujaba nunca pudo quitárselo de encima. Por fortuna, Dante y Virgilio, viejos conocidos que viajaban en el mismo vagón lo rescataron. 
El acto fue sencillo, intrascendente. Una mujer  recibió en la sala de espera un búcaro azul. No hubo plañideras. En el mostrador, el burócrata del Honorable Registro Civil, le entregó la boleta que al día siguiente presentó en la ventanilla para recibir su pensión. 
Raúl Pérez Hernández 

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